Esta mañana me hice una promesa, que todo lo que leas aquí sea real, genuino y que conecte de una u otra forma con quién fuiste, eres o serás. Quizás al igual que tú, la crisis de los veinte en mí.
En el último año pude darme cuenta que muchas veces fingimos ser alguien por miedo a no ser aceptados, queridos o amados, nos convertimos en una persona que no somos por el simple hecho de pertenecer, olvidando que nuestra singularidad es lo más real que tenemos.
Yo admiro mucho a los niños(as) menores de diez años, son seres que no tienen maldad en su ser, son ellos mismos, dicen lo que piensan, expresan sus emociones sin preocuparse por el qué dirá su entorno, no hacen lo que no quieren y son exploradores natos, todo los parece divertido, increíble, interesante, por ello físicamente son bellos y todo se les ve bien. Son ellos mismos.
En la crisis de los veinte que yo he tenido muchas, una de ellas era ¿por qué sigo a la multitud? Entre maquillaje, outfit, fiesta y lugares me comencé a transformar en alguien que yo no era, pensando que eso me daría lo que yo tanto buscaba (una vez más inconscientemente) amor, aceptación y admiración; pensaba que actuar como todas me haría mejor persona, mujer, que la popularidad estaría de mi lado y que el sentirme vista llenaría el vacío que todos tenemos, pero ya te imaginarás, nada de eso sucedió.
Mi esencia, lo que realmente era y quería ser se lastimó por completo, me perdí en esas falsas ilusiones creyendo que ese era el camino, dejé de encontrarle lo divertido, increíble e interesante a la vida, entré a un rol de estereotipo, etiqueta y perdición, me sentía vacía, sola y perdida, nada tenía sentido real.
Fue hasta después de mis veinticinco que todo comenzó a tomar sentido otra vez, quizá la madurez, quizá mi acercamiento con Dios y la espiritualidad, fue entre grandes dudas y dolor que la búsqueda de respuestas ya no era una opción sino una necesidad, cambiando toda mi vida a su paso. A veces creemos que seguir a las masas es la respuesta a nuestro vacío interior, que aquello que nos promete felicidad realmente nos lo dará, pero sin leer las letras chiquitas del contrato, eso que según tú te hará feliz no es lo que realmente lo hará, y que esas aspiraciones simplemente son una más del montón.
Mientras más crecía, más maduraba, más fuerte era, parecía que la vida por fin me estaba revelando respuestas que no encontraba en ningún libro o que si lo hacían, yo no las comprendía, y llegó por fin la iluminación de mi mente que sonaba algo así:

Fue entonces que entendí que no necesitaba perseguir eso externo que me prometía felicidad, sino conocer lo interno que por añadidura me entregaría lo bello de la vida, ahí lo cambió todo. La vida misma nunca le entrega las perlas a alguien que no está preparado, y mucho menos a alguien que persigue ilusiones a través de lo mundano. La vida le entrega eso y más a quién decide recorrer el camino más doloroso, estrecho y quizá más largo pero real, el de una misma, ese que preferimos evitar en lugar de cuestionar.
La vida recompensa a quién deja de seguir a las masas y comienza a recorrer el único camino que importa, el propio. Cuando comprendas eso y lo interiorices por completo, estoy segura que dejarás de perseguir lo externo y te enfocarás en aprender de ti, quién eres pero sobre todo en quién decides convertirte a través de quién fuiste, y ahí persona, nos encontraremos, porque al igual que muchas otras personas, yo apenas comencé a recorrerlo, pero me siento muy feliz de por fin haberlo hecho.
Decreto con todo mi corazón que la persona que lea esto solo le sucedan cosas increíbles en estos 365 días, logre perdonar y perdonarse, confíe en ella y se permita realmente vivir en el aquí y ahora. Todo lo bueno, hermoso y real para tu esencia de nuestro ser supremo.



Mucho amor y paz para ti.
Con buena vibra, Karla.